Escuchan con atención el relato de Juan el Sucio:
Una vez había un niño tan desarreglado y sucio que
todo el mundo le llamaba “Juan el sucio”.
Tenía los libros por el suelo, colocaba los zapatos
sucios encima de la mesa y metía los dedos en la mermelada. Nunca jamás se
había visto cosa igual.
Un buen día el hada ordenada entró en su habitación
y dijo:
- Esto no puede ser, ¡qué desorden! Vete al jardín a
jugar con tu hermano mientras yo arreglo todo esto.
- No tengo ningún hermano -dijo Juan.
Ya lo creo que tienes uno -dijo el hada-. Quizás tú
no lo conozcas pero él sí que te conoce a ti. Vete al jardín y espéralo, verás
como vendrá.
Juan se fue el jardín y empezó a jugar con barro..
Pronto una ardilla saltó al suelo moviendo la cola.
- ¿Eres tú mi hermano? -le preguntó Juan.
La ardilla le miró y dijo:
- De ninguna manera, mi piel está bien cepillada, mi
nido ordenado y mis hijos bien educados. ¿Por qué me insultas si soy tu
hermana?
La ardilla se subió a un árbol y Juan el sucio se
quedó esperando.
Al rato se le presentó un pajarillo, después un
magnífico gato de Angora y nadie quería saber nada de él.
Después llegó gruñendo un cerdito. Juan el sucio no
tenía ganas de decirle nada, pero el cerdito le dijo:
- ¡Buenos días, hermano!
- Yo no soy hermano tuyo -contestó el chico.
- ¡Ya lo creo que sí! -contestó el cerdo-. Ven, nos
ensuciaremos con barro.
- ¡No! -dijo Juan- no quiero.
- Mírate las manos, los pies y el vestido, vamos que
a ti te gusta esto -le dijo el cerdo-. Luego comerás de nuestro rancho.
- Yo no quiero rancho -dijo Juan el sucio y se puso
a llorar.
En aquel momento llegó el hada ordenada y le dijo:
- Ya está todo en su sitio y limpio, es preciso que
tú también ordenes como yo he ordenado. ¿Quieres ir con tu hermano o quieres
venir conmigo y aprende a ser limpio y ordenado?
- ¡Contigo, contigo! -gritó Juan aferrándose al
vestido del hada.
- ¡Mejor -gruñó el cerdo- no pierdo gran cosa, tendré más rancho para mí. Y se fue
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